Duerme sobre mi
cuerpo, aún caliente y exhausto,
tras nuestro furtivo
y fugaz encuentro.
Perfila otra vez mi
ombligo con la punta de tus dedos.
Mírame, mis ojos
suplican. ¡No te vayas!
El silencio se rompe
apenas con dos lágrimas
pero tu solo escuchas
el sonido del dinero arrojado sobre la cama.
Paula Xirasola