Despierto exaltado, como si la consciencia me hubiera arrancado de
los brazos de Morpheo en señal de alarma. El ambiente está cargado y turbio.
Algo pasa. Lo presiento.
Mis ojos se adaptan a la oscuridad mientras
escudriñan cada esquina buscando impacientes la razón de este pavor, de este
estado de aprensión, de incertidumbre, de miedo. De pronto, se detienen.
Ahí está. De pie, justo enfrente de mí, encapuchado. Recto como un
cirio, con las manos escondidas bajo su túnica amarilla. No veo su cara pero
siento sus ojos clavados en los míos, pupila con pupila.
Mi corazón bombea veloz sangre en un intento de provocar una
respuesta en mis músculos bloqueados. Mis cuerdas vocales son incapaces de
obedecer a mi cerebro que repite una y otra vez ¡Grita!
Y bajo la piel del tétrico encapuchado contemplo con horror como
mi mujer llora ante mi cuerpo, ya pálido y frío, intentando despertarme en
vano.
Paula Xirasola.