A veces visito la tierra, a veces navego en una órbita en paralelo, porque soy de Marte y la vida en Marte es diferente, es infinita, es intensa.
A veces mi órbita cruza cerca del sol, y sus rayos me calientan de forma efímera, otras veces se diluye en el lado que da sombra al mundo, hiriente y punzante, con el hiperfoco puesto en una existencia incomprendida e incompleta.
La vida en Marte no es fácil. Pero tiene sus cosas bellas. Lo mundano se hace a un lado y lo trascendental llega a mi mente de visita, haciéndome preguntas y cuestiones fuera de serie y de regla. Y desde ahí los sueños se hacen reales, las metas se vuelven tangibles y los miedos bloquean en los primeros segundos con sus pasajeras inseguridades, pero luego se transforman en retos, deseosos de sortear todas las piedras.
En Marte no hay tiempos compuestos y, a veces, tampoco plurales. No existe estabilidad ni regularidades. Allí impera el presente, la intensidad es filosofía, y la euforia y la derrota se aceptan como estados de una misma línea.
La vida en Marte rechaza la cotidianidad por una realidad extraña , mitad dulce, mitad amarga, mitad plantencentera, mitad insoportable, que a veces llena y otras destruye. Allí fluyen los extremos, los blancos y negros, o siento en alta definición o me desvanezco. No hay término medio.
La vida en Marte es distinta. Es como pocas o como ninguna. Sencilla y complicada. Pero al fin y al cabo es pura vida.. Vida que fluye inimaginablente en Marte... Única, irrepetible e inigualable.
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