El barco avanza tragándose las olas a su paso como un tiburón hambriento. La bruma extiende por toda la ría de Vigo su manto de tul gris orgullosa de robarle el protagonismo a la siempre presente línea del horizonte que hoy está oculta entre bastidores. Y como banda sonora a esta escena silencio. Un silencio que solo se rompe cuando las ondas estallan en proa. Un silencio que me inquieta y me incomoda. Que reina en un barco repleto de gente rumbo a las Islas Cíes donde la alegría característica del trayecto hoy no existe
Tal vez con este frío otoño apagó nuestra ilusión y, como las hojas de los árboles, luce mustia y marchita. O puede que las bajas temperaturas pesen más que el bienestar que produce realizar una buena obra de forma altruista. Nadie habla. Ninguna boca emite ni una sola palabra.
El barco reduce la marcha. Poco a poco va encallando en el muelle de Rodas y a medida que nos acercamos a tierra comienzan a dibujarse las sonrisas en los rostros como si las Islas Cíes las invocaran. El archipiélago de los Dioses se muestra esplendoroso ante nuestros ojos maravillándonos como el primer día. Ahora sí, la alegría se hace evidente.
Bajamos del barco en fila india cargando con nuestras mochilas. Avanzamos por la pasarela sobre las milenarias dunas y nos adentramos en el camino de tierra que conduce al rompeolas, punto de encuentro artificial de Monteagudo y Faro.
Camino pensando en lo paradójica que resulta nuestra visita. Aquellos que en su día destruimos hoy nos dedicamos a reparar el daño infligido. Esfuerzos en vano, Cíes jamás volverá a ser roca y sotobosque.
Los primeros voluntarios ya están cruzando el dique y se amontonan en la “Lagoa dos nenos” para sacar fotos con sus móviles. Tal vez hayan visto un pez o la “Pillara de las dunas”, el ave que sólo anida ahí y que por ello se encuentra vallada la laguna. Ese remanso es caldo de cultivo, un lugar ideal para que la vida fluya. El agua entra por una especie de sumideros naturales que quedaron tras la construcción del dique que une las dos islas formando una especie de mar interior donde las especies encuentran abrigo y cobijo. Me acerco y observo hacia donde apuntan los dedos. En el fondo de la laguna un pulpo se desliza entre las rocas. Sus tentáculos se mueven al unísono, parecen las cerdas de un pincel de un artista que da vida a su lienzo sin prisa.
De pronto se escucha un estruendo. El cielo encapotado ruge y grita, lanzando su advertencia : o nos damos prisa o llegaremos a las casas empapados. En cuestión de segundo se rompe la fila y echamos todos a correr como una manada desbocada. Intento avanzar a trote y al lado del resto pero es imposible. Creo que me va a salir el corazón disparado.
Mientras recupero la respiración comienza a llover. Las gotas traen consigo un murmullo. No, no es un murmullo. ¿Tal vez el tañido de una campana? Agudizo un poco el oído. Un escalofrío recorre mi cuerpo ¡Parecen campanadas y gritos! Asustado miro hacia todos lados, no hay nada que explique lo que han registrado mis oídos. Salvo en el cielo. Las gaviotas, verdaderas dueñas de Cíes sobrevuelan mi cabeza para esconderse en las rocas de Alto Príncipe. ¡Lo que hace la imaginación!
Media hora más tarde llego empapado. Los compañeros ya están totalmente instalados y atrincherado, no queda ni una cama libre. Me toca dormir solo en la casa del fondo.
Como siempre, nos reunimos todos para cenar en el bar. Comentamos el plan de la próxima jornada. La tarea consiste en eliminar las concentraciones arctotheca caléndula una especie de margarita que ha invadido Cíes. Para ello nos dividiremos en tres grupos: unos en el camping, otros en las inmediaciones de Alto Príncipe y otros, en la zona da Piedra de la Campana
Al mencionar esta zona un isleño que está en el bar se levanta y grita "¿Estáis locos? En otoño no se sube a Piedra de la Campana y mucho menos en días de tormenta. La santa compaña entra por el agujero y se lleva a todo el que pilla por banda". Algunos se ríen, otros contestan “Ya salió a relucir la superstición de los nativos”. El hombre ni se inmuta ante las burlas. Apura el vino y se va rumiando por la puerta. Seguimos a los nuestro como si nada.
Tras perder la cuenta de las cervezas que llevo decido retirarme. Al día siguiente, hay que trabajar duro y yo ya soy un poco viejo para ir de renganche. Mi casa esta fría a falta de humanidad que la llene pero no me importa, he venido bien abrigado y con el saco de alta montaña. La cabeza me da vueltas, los ojos me pesan tanto que se cierran sin previo aviso.
Despierto exaltado, asustado. He escuchado ruidos. Miro a mi alrededor la habitación está totalmente a oscuras, solo se ven parcialmente los árboles a través de las cortinas. No hay nadie. Sería una pesadilla. Pero antes de que pueda girarme para seguir durmiendo mis pupilas vuelven a la ventana. Allí abajo, en el terreno del camping, hay luces, luces amarillas que se mueven en fila.
Trato de convencerme a mí mismo de que serán los chavales haciendo de las suyas. Pero estoy asustado y más ahora que mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad y han descubierto una figura humana pegada a mi puerta. No puedo verle la cara, porque está bajo una capucha pero sé que me mira. De pronto empieza a andar hacia mí. Cada vez está más cerca, y más cerca.
Aterrorizado grito con todas mis fuerzas. Las luces se encienden de golpe entre carcajadas. ¡Ya sabía yo! ¡Los chavales y sus novatadas! Les suelto un pequeño sermón, me piden disculpas, se van a sus casas, apago la luz y me quedo dormido.
Al día siguiente soy la comidilla en el desayuno. De hecho me metieron en el grupo de Piedra de la Campana. Tras llenar bien el estómago nos armamos de guantes, bolsas, palas y paciencia. La arctotheca es una flor tan especial que como no las arranques todas, centímetro a centímetro, en unos meses vuelve a invadirlo todo.
Me siento en una esquina, cerca de unas piedras a las que llaman “El anfiteatro”. Tengo ante mí La Piedra de la Campana, Una enorme piedra con un agujero en el medio desde el que se puede ver el océano. Hay mil historias. Algunos dicen en su día había una campana, para avisar a los barcos y evitar que chocaran contra el archipiélago; otros cuentan que era desde donde Francis Drake tocaba su tambor para aterrorizar a quien se acercase cuando se refugió en las islas; los isleños ni se acercan por miedo a la Santa Compaña. Dicen que los días de tormenta se pueden oír las campanadas del purgatorio y los gritos de las almas que se llevaron con ella. Sigo buscando en mi mente más historias al respecto mientras arranco la arctotheca.
El cielo se está cubriendo, cada vez veo menos. La niebla matinal se ha vuelto más espesa. Escucho un par de truenos. Levanto la cabeza y observo a mi alrededor. No hay nadie. Seguro que ahora viene la broma de turno.
Observo la Piedra de la Campana. Con el primer rayo aparece flotando una silueta blanca con capucha y una vela encendida tras el agujero. Parece un ánima de la Santa Compaña. Con la niebla no pillo el truco pero la verdad es que está logrado. Me río para mis adentros. Observo el camino. Entre los que lo árboles que lo bordean veo sombras y luces de velas que se acercan.
Vuelvo a mirar hacia a la Piedra de la Campana. Ahí sigue el ánima flotando. De pronto aparece otro, y otro y otro ¡y otro! Tantos que tapan el agujero y ya no se puede ver el océano. Es una visión tan macabra y diabólica que instintivamente empiezo a correr hacia el camino de tierra. Al llegar al cruce comienzan a salir más por la derecha, giro rápidamente a la izquierda. Mi corazón bombea sangre veloz para tratar de no fallar ante las pulsaciones que se disparan. Corro casi mirando hacia atrás. ¡No es una broma! ¡La Santa Compaña me persigue!
De pronto freno en seco. El camino ha desaparecido y se ha transformado en un abrupto acantilado. No hay escapatoria. A mis pies está el dique que separa Monteagudo de la Isla del Faro. Ahí hay un hombre parado. Grito “socorro” lo más alto que puedo en un intento desesperado. El hombre mira hacia arriba. No puedo creerlo. Ese hombre que está abajo… ¡soy yo!
Las gotas traen consigo
un murmullo. No, no es un murmullo. Son las campanadas del purgatorio y los
gritos del hombre que se ahoga en el dique, arrastrado por una ola.
Lo dicho Paula. Precioso relato y aquí queda demostrado que conoces perfectamente la isla.
ResponderEliminarEspléndido, me ha encantado. Sin darme cuenta estaba paseando por Cies. Gran relato que te hace viajar a ella. Los que la conocemos la visualizamos tal cual es y los que no pueden llegar a imaginarsela.
ResponderEliminarEspléndido, me ha encantado. Sin darme cuenta estaba paseando por Cies. Gran relato que te hace viajar a ella. Los que la conocemos la visualizamos tal cual es y los que no pueden llegar a imaginarsela.
ResponderEliminarCada vez te superas!!
ResponderEliminarMe encanta, me has trasporta do a mi viaje a las islas ces hace unos cuantos años.
ResponderEliminarQ gran contadora d historias
Sonia Torres
Me ha encantado, sin conocer las CIES he disfrutado como si estuviera paseando por ellas.. que maravilla, que capacidad de transmitir.. todo lo que leo tuyo me transporta.. ahora a un lugar, a veces a emociones, simplemente fantástico.
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